Caminaba hacia el final, como escribir sin fumar, como escribir
para algo, perpetuando inútilmente la sonrisa, con las etiquetas
puestas, con su insostenible objetivo. En el fondo estaba aburrido
del camino, de ese azul constante del cielo, de las señoras del
parque y de todas las flores porque había dejado de dolerle. Había
olvidado cuando había dejado de correr. Había olvidado el golpe
salvaje. Se limitaba a vestirse, peinarse y sonreír. Sobre todo
sonreír. Temía llorar y recordar. Sobre todo recordar. Trataba de
recomponer su identidad, de no perderse, pero desgraciadamente los
extremos no estaban unidos, no se tocaban porque se estaban limitando
a ser una misma cosa, a ser blanco o negro pero no unidad, el gris no
era una respuesta posible. Cómo volver al doctor y contarle que no
había gris esa tarde, que todo estaba lleno de colores. Cómo
decirle que no podía sacarse a su padre, qué no podía sacarse la
corbata porque no la llevaba puesta. Pero tía Annie y los demás no
estaban preocupados, sólo se aferraban a lo poco que quedaba de él
para que no perturbase demasiado sus vidas, para seguir recibiéndole
con esas pastitas asquerosas de mantequilla los miércoles y no tener
que improvisar. Pero el odiaba su papel, lo hubiera cambiado incluso
por el de tío Alfred que apenas podía levantarse del sofá. Sobre
todo no tener que improvisar. ¡No, no! No podía ser eso, no podía
ser... Estaba lloviendo. Tenía que soportarlo, tenía que seguir el
guión pero una lágrima y luego todas las demás y todos estaban
allí, quietos, mirándole, sin saber que decir, padeciendo el
nerviosismo de querer hablar cuando no hay palabras. Sobre todo no
había palabras. Entonces eso era recordar, eso era por fin no volver
atrás. Después la muerte de tía Annie y todo lo demás. Vuelta a
la falsa y al café y al insomnio. Vuelta al viejo y solitario cuarto
de Richmond street. Vuelta a su padre pero sin las etiquetas.
Encendió un chesterfield, borró tres veces la misma frase y recordó
las pastas de tía Annie y así, en la incertidumbre a las seis de la
mañana... Vuelta a la risa.
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