sábado, 26 de junio de 2010

Lo que el viento se llevó .


A veces no sabemos qué sentimos y entonces tenemos miedo. Pero es lo más emocionante de la vida, sentir algo diferente a todo, algo a lo que no podemos darle un nombre porque ni siquiera lo conocemos, sentir algo. La vida más triste no es la del que llora constantemente, es la del que es incapaz de sentir. Yo he tenido alguna etapa así, te vuelves inmune, indiferente a todo, nada te importa, nada te alegra, nada te entristece. Te vuelves una roca. Miedo. Después lloras o ríes y termina... y, vuelves a sentir. Porque en lo referente a sentimientos muchas veces estamos ciegos y no vemos las cosas de la vida, por eso es bonito que alguien te enseñe a ver con sus ojos, a ver otras cosas a las que nunca habías prestado atención y así fascinarte doblemente. Una por las cosas que a ti te fascinan y otra por las que le fascinan a la otra persona, o incluso hasta tres veces, ya que te fascina que al otro le fascinen esas cosas.
El miedo nos impide ver a veces, nos sugiere que ese sentimiento que está ahí naciendo puede no ser bueno, que es diferente, que debemos expulsarlo, aunque lo mejor es que ese sentimiento si tiene que acabar mal lo haga por sí solo, que se transforme en tristeza o en alegría, pero que no se quede ahí esperando a ver qué pasa mientras la vida se va. Albert Einstein decía algo como que las personas más peligrosas no son las que hacen el mal, sino las que se sientan a ver lo que pasa y seguramente tenía razón, porque no luchan. Mi madre me dijo una vez que no fuese indiferente, que luchase por lo que creía independientemente de que a la gente le gustase o no, y, sobre todo, que no tratase de caer bien a todos, porque entonces no sólo sería indiferente, sería como un cúmulo de nada, un montón de nadie. No quiero tener miedo. No voy a tener miedo.

jueves, 10 de junio de 2010

Chocolate y limón por favor.

Es un sentimiento en el pecho que no duele... es un alegría pero asomándose a un precipicio. No sé si me explico. Ahora que casi ha acabado lo entiendo... Entiendo porque algunas personas sensibles me decían que tenían miedo, miedo a un cambio grande, a que cada uno siga su camino, a la vida en definitiva... Yo no lo llamaría miedo, no es que tenga miedo a cambiar, es que hay cosas que no quiero cambiar. Quiero irme, conocer gente nueva, pasarlo bien, pero mientras escribo todo esto también me viene un nudo a la garganta y ganas de llorar... ¿Nostálgica? Sí, un poco. Menos mal que nos queda el verano y siempre nos quedará el verano y espero que más cosas.
Muchas caras de gente importante y de los no tan importantes, de los frikis y personajillos, de los estresados, no sé, de todos me vienen a la mente. Y de los amigos de verdad, eso sí me da miedo. No quiero perderles. Ahora me doy cuenta de que todo ha sido perfecto tal y como ha sido, no importa si me han pasado algunas cosas o si no me han pasado algunas otras. Todo ha sido como tenía que ser. Voy, también, a echar de menos ver cada día a ese grupo de personillas que están y parece como que todo vaya mucho mejor si están, que me dan calor, que me rodean y me crean un colchoncito para que cuando me caiga no me duela tanto. Voy a echar de menos las llamadas de todas las tardes a mis chicas. (Conseguiremos hacer la llamada a tres algún día) ... Voy a echar de menos hasta a los profesores. Pero no quiero volver. No es que quiera volver a vivirlo, es como cuando te comes un helado gigante y buenísimo, al principio quieres que no se acabe nunca pero luego empiezas a estar lleno y te empieza a doler la tripa y entonces se acaba y tú te quedas ahí con el buen sabor en la boca y pensando en lo bien que te ha sabido pero no te comerías otro porque estás lleno. Algo parecido, eso sí que sea un helado de chocolate y limón, con sus toques ácidos y con el dulce chocolate y que tenga pepitas. Las pepitas son muy importantes en la vida, las pepitas (o pinyons) son esas frases que parecen tontas y alguien te dice una vez y en cambio las recuerdas en una situación difícil y sonríes pensando en esa persona, son las sonrisas de toda la gente que no se cansa de mirarte y sonreír, aunque tu luzcas una cara de mierda. Las pepitas son las pulseritas que te regalan las amigas y que se te rompen de tanto usarlas, de tanto llenarlas de sal y de arena, las pepitas es eso, como las pepitas de los helados (cookies) que al principio no importa si tiene o no porque lo que vas a comerte es el helado, pero que cuando te encuentras una : mmm el helado pasa de ser una vulgar y sosa bola de chocolate a ser una crujiente, dulce y buena bola de chocolate. Mucha gente ha llenado de pepitas mi vida hasta ahora y espero que sigan haciéndolo, aunque sé que quizás esta vez el helado venga con menos pepitas vuestras.
Creo que me estoy liando un poco con los helados, todo lo que quiero decir es que vuestras pepitas son geniales =) ... No, no, no vuelvo a los helados. Lo que quiero deciros es precisamente que no sé decirlo, pero creo que lo entendéis. A veces nos pasamos la vida soñando y cuando nos llega lo que habíamos soñado ni siquiera lo aprovechamos porque no es exactamente como lo habíamos soñado, es un regalo pero envuelto en papel de periódico y nuestros ojos tan mal acostumbrados no pueden verlo. Yo ahora lo veo y me gusta, no pienso cambiarlo. Aunque esta vez me saltaré la norma de que los regalos no se regalan ...porque yo espero poder regalaros a vosotros el mismo regalo, el vuestro y el mío. Quiero. Sólo eso, el verbo querer es un verbo fabuloso. Quiero. Quiero muchas cosas, seguir viéndoos mañana, quiero seguir viéndoos pasado mañana, quiero seguir viéndoos dentro de unos meses y también quiero seguir viéndoos dentro de muchos años. Y por pedir pediría que no cambiéis, pero eso es el síndrome de Peter Pan y yo quiero veros crecer y volar... Y que volemos juntos.

martes, 1 de junio de 2010

Un solo con azúcar.


Allí está él mirando, no mira a nadie, se está mirando a sí mismo por dentro... y no ve nada.
Cree. Todo lo que le rodea es real, todo está ahí, igual que siempre, pero el está aturdido, las cosas se mueven, la vida sigue su ritmo pero no le importa, porque él empieza a bailar más lento, mucho más lento. No le duele. ¿Debería dolerle? Se mira las manos y luego las rodillas, las rodillas y otra vez las manos. Lo está buscando todo, el problema es que no sabe por dónde empezar. Alguien se acerca y le pregunta la hora, no lo sabe, ni siquiera tiene importancia.
Ha perdido tanto sin darse cuenta, otra vez las manos, siempre pensó que tenía manos de viejo, con sus curiosas arrugas. Su cara de niño y sus manos de viejo tenían que empezar de nuevo. Hay personas en la vida que empiezan muchas veces de cero, otras no lo hacen nunca. Él no sabía si lo había hecho antes, pero estaba seguro de que lo estaba haciendo ahora.
Caminó. Sólo iba a tomar un café al bar de la esquina, al bar de siempre. Pero ya no sentía la misma sensación, ya no estaba sumergido en el ritmo veloz, las llamadas, los amigos, las compras, estaba en trance. Estaba cambiando. Iba solo. No esperaba a nadie. Se estaba esperando a sí mismo y no llegaba. Pidió un solo con azúcar, pero alguien se olvidó del azúcar y allí estaba él, solo y encima amargo. No podía llorar, no podía reírse, su mente se había quedado en blanco, a veces sentía un nudo en la garganta, pero nunca lágrimas. Tomó el camino de la incertidumbre y anocheció.
Despertó acurrucado y con las orejas frías, estaba delgado, demasiado delgado, bostezó una vez... bostezó otra, y entonces comprendió que la noche había acabado.