jueves, 5 de agosto de 2010


- Me duele. – Le digo casi llorando.
- A veces la vida duele. Responde él mirándome con la cara del que no sabe muy bien qué decir.
- Ya... pero esto es distinto. (Le explico) Me duele de verdad. No quiero. No voy a seguir, yo me quedaré aquí sentada y cuando todo vuelva a la normalidad me levanto y tú sólo tienes que hacer como que no me has visto.
- No puedo.
Me siento, no quiero hablar más. Me mira y yo también le miro. Sigo esperando una respuesta más convincente. Quiero que me pida que me quede, que se siente conmigo, pero no lo hace.
- Sería injusto. Dice.
A lo mejor no quiere estar más conmigo. Pienso. Siempre hemos sido amigos. ¿Por qué hacernos esto?
- ¿No me entiendes verdad?
Le digo que no con la cabeza. Parezco enfadada. ¿Lo estoy? Lo complico todo.
Decido hablar.
- Es sólo que... -No me sale la voz- que... tengo miedo. Sonríe.
- ¿Miedo a qué?
- A que me olvides. Se ríe. Me da la mano y me ayuda a levantarme, no me dice nada. Me mira y niega con la cabeza. Me trata como si fuese una niña pequeña que se mosquea por cualquier tontería, pero no lo es, no es una tontería. Me abraza. Yo lloro, el me abraza más fuerte. Empiezo a entender.
- Tengo que irme.
- Lo sé.