domingo, 28 de noviembre de 2010

Como las narices.


Iba en el metro con una hermosa mujer, por una hermosa ciudad a la que todavía yo no había aprendido a querer ni a mirar. No recuerdo muy bien por dónde era, quizás Tribunal, quizás Gran Vía, quizás la línea diez, o la línea uno. ¿La azul oscura, la azul clarita?
De repente subió un chaval de unos once o doce años que también era hermoso, pero había un pequeño gran detalle que destacaba en él. Pelo afro, piel tostada, niño, ojos negros y brillantes, maduro, algo flacucho, con balón de basket, resuelto, cara distraída, alto, etcétera. Y entre todo esto... su nariz.
Qué niño más guapo. Dije yo.
Sí —dijó la mujer hermosa mientras se reía— pero todavía no le ha crecido la cara y sí la nariz.
Y era verdad, estaba desproporcionado, tenía una nariz enorme, una nariz de adulto, seria, importante y, sin embargo, el resto de la cara era tan dulce, tan pequeña al lado de su nariz. Me hizo gracia el hecho, le había crecido la nariz, ¡únicamente la nariz!, allí estaba pegada a su cara, viajaba con él.
Así es la vida, Andrea, como las narices —decía la voz de mi madre— se crece rápido y desigual.
En aquel momento no acabé de entenderlo del todo, enfrascada en mí como de costumbre. Hoy, pensándolo detenidamente, no sólo lo entiendo, sino que lo vivo y lo creo.

A todos nos pasa como a ese niño que se despierta un buen día y de repente le ha salido una nariz enorme, una nariz de adulto... y, ya no es tan niño.
Siente que algo es diferente mientras engulle cereales, le duele de verdad la cara y piensa que tal vez haya dormido mal y cuando se dirige al espejo para colocarse inútilmente su pelo afro y quitarse las legañas allí está ella. Ha crecido desmesuradamente, ha cambiado sin pedirle permiso, así, se ha tomado la ley por su mano. El niño es incapaz entender cómo y cuándo ha pasado, cómo puede no haberse dado cuenta. Y lo peor de todo: el resto del cuerpo no está preparado para esa nariz. Todos lo notarán y no sabrá ni cómo explicárselo. Así que esconde la cabeza entre los brazos, deja que las lágrimas corran por sus mejillas y se encierra en el baño, se niega a salir, decide quedarse allí a vivir. Pero, afortunadamente, alguien llama a la puerta, es otra mujer hermosa, la mujer hermosa de este niño, que le obliga a salir, a vestirse y a largarse a la escuela. Al principio, el niño no acepta su napia y todas las mañanas, sin que ella le vea, pierde largo tiempo tratando de ocultarla con maquillaje. También pierde tiempo en las clases, pensando en lo mal que le queda o en cómo va a solucionar el problema, cómo conseguirá disimularla, cambiarla, taparla. Pierde tanto tiempo que se automargina no saliendo con los amigos y amigas, porque considera que con esa nariz no podrá hablar con nadie, olvidando que está hasta más guapo y gracioso.
Pero sucedió que al cabo de unos meses este niño fue perdiendo menos tiempo, aprendió a no pensar en la nariz, luego a aceptarla, comprendió que la nariz había venido y que no podía ocultarla, ya no podía quitársela, formaba parte de él. Al cabo de más tiempo, dejó de llorar por las noches y volvió a hablar con la gente, para su sorpresa nadie le comentó nada acerca de ella. Y aún, mucho tiempo después, empezó a quererla y la aceptó por completo, incluso se miraba al espejo y se sentía cool con aquella nueva compañera... y fue entonces cuando el resto de la cara creció, cuando todo empezó a encajar: nariz, boca, ojos negros y brillantes, pelo afro, algo delgaducho, etcétera.

Eso es crecer, Andrea, te despiertas un buen día y te ha salido una nariz y no sabes ni de dónde, ni qué hacer con ella. Te despiertas un buen día y te sorprendes de vivir con quien vives, de lavarte los dientes con quien te los lavas, de vivir donde vives y te preguntas qué haré aquí, cogiendo el metro de Aluche, andando por San Fernando. Te miras al espejo y dices: joder tengo 18 años, voy a la universidad. Piensas “cómo me está cambiando la vida” y no te sientes de ningún lugar ya. Y es que eso es la vida, Andrea, duele y se tiene que aceptar y se tiene que aprender y se tiene que luchar e, inevitablemente, se tiene que cambiar.
Así es, como las narices y esperemos que sea, cómo y de narices.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ella


A mi madre

Ella que escuchó tantas historias,
Ella que fue poeta, así,
sin quererlo,
con la espontaneidad
con la que nacen las rosas.
Ella, punto.
Ella que pintó del azul de sus ojos
las almas de sus hijos.
Ella que adoptó a tantos como hijos.
Ella, coma,
que pasó sutil
envuelta en una esfera.
Ella, que fue pasión,
pero a la luz de una vela.
Ella, interrogante,
que buscó en las letras
los rincones de su alcoba personal,
de su alcoba paralela.
Ella, que me enseñó
que las cosas buenas
llegan cuando menos te lo esperas.
Ella, puntos suspensivos…
Ella, sin más, riendo, a pesar.

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